jueves, 9 de abril de 2015

Generación del 30 y periodo de transición

Un espíritu unificador en las propuestas narrativas de la generación de escritores de los años 30, resulta una tarea ardua por la cantidad de crítica y comentarios que vuelven ambigua esta categorización de principios y de ideales propios de una literatura menor como la ecuatoriana. El propio Jorge Icaza, en su ensayo, “Relato, espíritu unificador, en la generación del año 30”,1 reclama la falta de compromiso de los estudiosos e intelectuales ecuatorianos, “acostumbrados al comentario y al estudio de valores individuales y aislados en la historia de la literatura ecuatoriana, quienes no lograron, captar e interpretar a su debido tiempo y en su justa perspectiva el carácter unificador, en actitud y espíritu”, asociado a los grandes temas, como la forma mestiza, la emoción telúrica y los contornos de la personalidad hispanoamericana. Icaza, menciona que este espíritu unificador bullía en los tres grupos de escritores ecuatorianos que estaban ubicados en Guayaquil (José de la CuadraJoaquín Gallegos LaraDemetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert y Alfredo Pareja Diezcanseco), Quito (Fernando Chávez, Humberto Salvador, Jorge Fernández, Enrique Terán y Jorge Icaza) y en el Austro (Humberto Mata, Alfonso Cuesta y Cuesta, Ángel F. Rojas, y Pablo Palacio), pues a pesar de las diferencias regionales, “latía un fondo unificador” en un país que se encontraba en la etapa evolutiva del desarrollo, conformando una sociedad que buscaba un destino en lo político, económico y porque no decirlo en lo literario donde las capitales montuvias, cholas e indias, incorporaron la presencia de lo nacional en nuestra literatura, o como lo han afirmado críticos extranjeros “incorporó nuevas capas sociales hispanoamericanas en función de personajes de novelas y de cuentos, que obligaron al escritor a crear un nuevo estilo interpretativo y por consiguiente un nuevo estilo expresivo”.

Autores y obras representativas de la generación del 30: Pablo Palacio: Un hombre muerto a puntapiés (1927), Débora (1927) y Vida del ahorcado (1932); Humberto Salvador: En la ciudad he perdido una novela (1929); Alfredo Pareja Diezcanseco: El muelle (1933); Demetrio Aguilera Malta: Don Goyo (1933); José de la Cuadra: Los Sangurimas (1934) yAdalberto Ortiz: Juyungo (1943), Joaquín Gallegos Lara: Las cruces sobre el agua (1946); Ángel F. Rojas: El éxodo de Yangana (1949); Cesar Dávila Andrade: Abandonados en la tierra (cuentos, 1952), El hombre que limpió su arma (cuentos, 1955); Jorge Icaza: El Chulla Romero y Flores (1958).

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